El Cascanueces
El Cascanueces
Hace unas noches, mi novia y yo
asistimos a ver el ballet del Cascanueces, la reconocida obra rusa estrenada en 1892 bajo la dirección de
Iván Vsévolozhsky la cual ha llegado a convertirse en un elemento icónico de
las celebraciones navideñas.
Tuve dificultad para llegar debido a que el tráfico se retrasó unos minutos por un enfrentamiento callejero producto de la desesperación urbana que cualquiera en Guayaquil puede experimentar fácilmente, a pesar de eso, me sentía muy contento de asistir de manera gratuita a este evento. Al caminar por el pasillo fue grato ver la decoración que nos guiaba hacia la sala, caramelos gigantes y un cascanueces de metro y medio nos recibían y tras seleccionar buenos asientos, ojear el programa y calentar el pecho con el emotivo discurso presentado por la directora de la escuela de baile, las luces se apagaron para que la magia pudiese iluminarnos. La presentación era excelente sin dudas. Desde el principio sentía cómo cada movimiento tomaba mi corazón y lo meneaba suavemente tal como lo hacía Drosselmeyer al mostrarnos con satisfacción a su agraciado juguete. El primer acto me tuvo prendado, ahí estaba yo colgado de tanta maravilla y colores con mis ojos moviéndose de un lado a otro a punto de enloquecer tratando de descifrar todo lo que sucedía en el escenario, me encontraba boquiabierto ante una reacción química vibrante. Fue sin duda un espectáculo espléndido, mi cerebro le daba rienda suelta a sus engranes. Y no se trataba únicamente de la obra, sino de todo lo que componía, los ensayos, el esfuerzo, el suelo de madera y el cercado de espejos que acompañaron durante horas a los bailarines esperando su gran día.
Era una bella presentación, de eso
no me queda duda; pero por supuesto,
siempre hay una astilla saludando con emoción a las nalgas de la
existencia.
De en medio de las butacas emergieron unas luces que lograron estremecerme, no se trataba de espectros sobrenaturales, sino de las pantallitas que los padres de familia, amigos y el resto del público empezaron a utilizar para capturar el magnífico trabajo de los artistas. En ese momento mis tripas empezaron a retorcerse como lo harían un montón de serpientes luchando por sobrevivir, sentía como la hiel inundaba mi estómago tal como lo haría la sangre fantasmal saliendo de las paredes en algún filme de terror. Puede parecer que exagero, pero basta considerar que sobre el escenario se encontraba un grupo de personas abriendo sus almas, dándolo todo para elevar nuestro espíritu y algo así de noble es digno de respeto. Vengo aquí queriendo disfrutarlo, quiero conectarme con lo que está sucediendo arriba, no quiero que un montón de dispositivos móviles me distraigan, que me recuerden las llamadas que tengo que hacer, las agendas que debo seguir, los buses que debo tomar, el excremento de perro que debo ver y todo el humo que aún me toca respirar.
De en medio de las butacas emergieron unas luces que lograron estremecerme, no se trataba de espectros sobrenaturales, sino de las pantallitas que los padres de familia, amigos y el resto del público empezaron a utilizar para capturar el magnífico trabajo de los artistas. En ese momento mis tripas empezaron a retorcerse como lo harían un montón de serpientes luchando por sobrevivir, sentía como la hiel inundaba mi estómago tal como lo haría la sangre fantasmal saliendo de las paredes en algún filme de terror. Puede parecer que exagero, pero basta considerar que sobre el escenario se encontraba un grupo de personas abriendo sus almas, dándolo todo para elevar nuestro espíritu y algo así de noble es digno de respeto. Vengo aquí queriendo disfrutarlo, quiero conectarme con lo que está sucediendo arriba, no quiero que un montón de dispositivos móviles me distraigan, que me recuerden las llamadas que tengo que hacer, las agendas que debo seguir, los buses que debo tomar, el excremento de perro que debo ver y todo el humo que aún me toca respirar.
Debido a que los distrayentes celulares no eran suficiente, cerca de mi asiento un par de señoras no paraban de ponerse al día sobre cualquier cosa, además a algunos no les bastaba con grabar, llevaron a cabo su propia exhibición de flashes. De esa forma, tuve que aguantar el segundo acto sintiéndome muy alienado y llenándome gota a gota con desprecio y bruma. Es una lástima que ese tipo de conducta se encuentre en seres "adultos". Las personas asistimos al cine, al teatro, al ballet porque buscamos por unos minutos estar lejos de las rutinas de nuestra vida y ser parte de algo sustancial, pues es necesario reír, desesperarse, quebrarse un poco para darle de comer al alma. Esa noche, rodeado de luces, de gente haciendo zoom y de conversaciones quisquillosas me quedé con apetito. Si durante este tipo de funciones no existe decencia por parte del colectivo, lastimosamente terminamos perdidos.
Espero entonces que estas ideas
consigan hacer al menos la mitad de ruido que hacían mis vecinas de butaca para que exista más consideración hacia los artistas y las normas sociales más simples de manera que si
alguna vez usted asiste a deleitarse con una representación artística no termine como yo, bien cascado y con las
nueces llenas.
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